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En Colombia, River se lo empató a Junior por la Copa Libertadores

El mix que puso Gallardo en Barranquilla no tuvo juego ni coordinación, pero rescató un punto agónico con un cabezazo de Paulo Díaz y quedó como escolta de Fluminense. Ahora, se viene el Súper.

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Neil Simon se adelantó a su tiempo. Genio de la comedia, en 1965 escribió La Extraña Pareja. Un guión teatral que se volvería película, primero, y serie pochoclera cinco años más tarde. El argumento: un grotesco de la (imposible) convivencia de dos amigos de personalidades totalmente opuestas… River fue una extraña pareja de sí mismo en Barranquilla. El cabezazo de Díaz sobre el epílogo terminó balanceando el resultado y suavizando, al mismo tiempo, los problemas de interpretación de libreto que Gallardo padeció desde el banco durante el primer tiempo, iniciado por un elenco alternativo, y que logró, mediante las modificaciones estructurales y de apellidos, corregir para empatar.

Durante 45 minutos hubo un River totalmente heterodoxo: desincronizado, desatento en las marcas, con una línea de tres demasiado inconexa -Díaz intentaba cubrir espacios; tanto Maidana como Rojas se mostraban permeables- y un mediocampo permeable que le permitía a Junior ganar metros y ocupar mejor los espacios en la cancha.

Perea pudo, entonces, hacer un copy-paste del planteo que plasmó en el Monumental dos fechas atrás: dos volantes externos filosos (Pajoy por derecha; Hinestroza por izquierda) para romper, un enlace (González) para aprovechar la falta de timing entre Zuculini y Ponzio, y un ariete potente para desnivelar con diagonales. Borja comprendió, quizás mejor que nadie, cómo desacomodar al fondo de River. Tanto retrocediendo y propiciando ataques furtivos vía pivoteo o atacando directamente el mano a mano, como en el gol: ante una jugada de ataque mal terminada por Julián Álvarez, González habilitó a Pajoy, quien -con Maidana encima- profundizó un ataque a sus espaldas. Borja controló, superó el forcejeo light de Rojas y definió…

Gallardo comprendió que esa versión desnutrida de su equipo en el primer tiempo debía revitalizarse -y reorientarse estratégicamente- con apellidos y con movimientos de pizarrón. Y reacomodó, pues. Vigo y Álvarez, sin peso en ataque, salieron para estructurar una línea de cuatro atrás y un ataque más organizado a partir de dos gestores: Carrascal y Palavecino. Con apenas esos retoques hubo una modificación de estilo. River recuperó la ortodoxia, movió mejor la pelota, presionó en campo rival y forzó a Junior a retroceder. Ya no había sociedades para penetrar para el local porque Maidana mejoró sustancialmente ganando mucho de arriba (de líbero no había estado tan fino). Sólo Rojas mantuvo el nivel del primer tiempo, lo que propició su salida…

Fue en ese momento en el que Gallardo equilibró el sketch que pudo permitirse aplaudir. Los ingresos del reparto habitual -Angileri, Borré y Suárez- acabaron por darle a River ese nivel que habitualmente muestra. Y esa organización que también exhibe incluso cuando no encandila. Por algo Junior pasó de sentirse cómodo a acabar mirando el reloj en esa última pelota que, con pericia, Fabrizio Angileri le puso en la cabeza a Paulo cuando se jugaba el descuento en Colombia.

Y entonces, a fin de cuentas, la convivencia entre los dos River de Gallardo terminó en sonrisas. En bajada de telón con final impredecible pero feliz para River. Que fue el Díaz y la noche, como los dos protagonistas de aquella obra de Neil Simon que se adaptó al fútbol apenas por un rato.

Fuente: Olé

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